Marta Maroto 27/06/2023
El cambio climático agudiza los efectos de la sequía matando de sed un campo que, en lugar de adaptarse a las nuevas circunstancias, privilegia el rendimiento cortoplacista y la transformación hacia el regadío
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Lele se baja del tractor, sacudiéndose la tierra hasta de los párpados, y organiza los calabacines, cebollas y ajos que quedan en la mesa que hace de mostrador en su amplio chiringuito a pie de carretera. Es quizá uno de los agricultores más conocidos del entorno de Las Tablas de Daimiel, en Ciudad Real.
A pocos minutos se encuentra la finca donde crecen melones y sandías. Pensando en jubilarse pronto –tiene 62 años–, canturrea mientras revisa los efectos de las lluvias de principios de junio. “Este pobre no resistirá”, lamenta. Incluso cuando llueve, que cada vez es menos, nunca lo hace a gusto de todos: la primavera tan seca ha echado a perder hectáreas de cereales, y el riego se ha tenido que concentrar en las frutas, que generan mayores rendimientos.
Los cultivos de Lele –está tan acostumbrado a este apodo que no se refiere a sí mismo de otra manera– quedan a escasos pasos en un enclave antaño privilegiado: los Ojos del Guadiana, el que sería el nacimiento del río al que da nombre y de los humedales de Las Tablas de Daimiel.
El Guadiana es un río al revés, no nace de las montañas sino del suelo, de una depresión en una zona de llanura. Las capas subterráneas eran tan ricas, tenían tanta agua, que la capa freática del acuífero superó el nivel de tierra, haciendo brotar una laguna que daba origen al río y que, por inundación, formaba un ecosistema conocido como tablas fluviales, prácticamente único en Europa.
Pero la sobreexplotación agrícola secó los Ojos en 1984, y los “bujeros” de los que salía el Guadiana a chorros, señala Lele, son ahora madrigueras y escondite de animales. Hubo un período húmedo, entre 2012 y 2016, en el que las lluvias volvieron a llenar el acuífero y el río quiso volver a brotar.
Aquello, para expertos como José Manuel Hernández, de SEO/BirdLife, quedó como evidencia de que décadas de planes hidrográficos, trasvases de la tubería manchega –de la cuenca del Tajo y el Segura– y otros paliativos no generan un impacto real en la conservación de este paraje.
Las Tablas de Daimiel, a veinte kilómetros de los Ojos del Guadiana, cumplirá este mes de julio medio siglo como Parque Nacional. Hoy apenas cuenta con el 5,8% de su superficie encharcada: de 1.750 hectáreas, solo 103 tienen agua; además, de manera artificial a través de pozos de emergencia y trasvases.
Este humedal, herido de muerte tras décadas de un consumo de agua agrícola que dobla e incluso triplica la capacidad de recarga del acuífero, según un informe de Greenpeace, es la pesadilla hacia la que avanza otro Parque Nacional que sí está recibiendo mayor atención mediática: Doñana, en Huelva, el humedal más grande de Europa.
En Doñana, un acuífero declarado sobreexplotado en 2020 abastece a unas 10.000 hectáreas de cultivos –el 80%, legal–, al núcleo turístico de Matalascañas y a las lagunas –abastecía, porque un 60% no se han inundado en la última década, según datos del CSIC–. Ahora, el Parlamento andaluz tramita una nueva ley de regadíos que pretende ampliar la superficie legal de riego en unas 1.900 hectáreas más, según datos de WWF (se pueden conocer más detalles de la propuesta en el siguiente vídeo) (...)
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