Hay niños que nacen con un pan bajo el brazo, pero J.L. Martín (Barcelona, 1953) lo hizo con un lápiz. Desde pequeño supo que quería ser dibujante; atrapado entre las viñetas de Lucky Luke o Tintín, fue descubriendo la magia de contar con imágenes y, sobre todo, de hacer reír sin palabras. Se define a sí mismo como un “friki” que, con 12 años, se pasaba las tardes estivales en la biblioteca del barrio porque tenían colecciones de sus dibujantes preferidos y “porque se estaba fresquito”.