Alberto Fernández Liria 27/10/2022
La Sociedad Británica de Psicología propone considerar el malestar emocional como una respuesta más o menos eficaz a adversidades o conflictos, no como la manifestación de una enfermedad o “avería” del sistema nervioso
Alberto Fernández Liria es psiquiatra actualmente jubilado. Ha sido presidente de la Asociación Española de Neuropsiquiatría y miembro de la Comisión Nacional de Psiquiatría y del Comité Técnico de la Estrategia en Salud Mental del Sistema Nacional de Salud.
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‘La niña enferma’, (1885) Edvard Munch.
De momento se han desarrollado algunas iniciativas que apuntan en la buena dirección. La más conocida es la de la División de Psicología Clínica (DCP) de la Sociedad Británica de Psicología. Esta sociedad había publicado en 2013 una declaración afirmando la necesidad de buscar una alternativa a los actuales sistemas diagnósticos construidos sobre el supuesto infundado de que el sufrimiento de nuestros pacientes es un síntoma de enfermedades provocadas por un déficit o exceso de neurotransmisores en su sistema nervioso central de causa fundamentalmente genética. La declaración señalaba los problemas de las actuales clasificaciones y los efectos nocivos que su uso tiene sobre las personas a las que se les aplica.
Otro documento de esta misma asociación trajo de nuevo a la luz en 2014 la metáfora del pez que ha mordido el anzuelo, utilizada por el psiquiatra Karl Menninger a mediados del siglo pasado para referirse a las personas con problemas de salud mental. Visto por los otros peces, que no ven el sedal, el pez que ha mordido el anzuelo hace movimientos inexplicables, locos. Pero si somos capaces de ver el anzuelo y el sedal, entenderemos que lo que está haciendo el pez tiene un propósito: escapar de esa situación, cosa que, como señala Menninger, a veces consigue.
(...) El punto de partida es que los problemas de salud mental no son meras manifestaciones de una enfermedad o “avería” del sistema nervioso, sino respuestas que en determinados momentos pueden ser más o menos eficaces para intentar afrontar adversidades o conflictos. Son respuestas, por tanto, que tienen sentido y tienen un propósito. Y son respuestas guiadas por la misma lógica con la que que todos los seres humanos respondemos a la adversidad, y no se diferencian de estas por ninguna característica que las convierta en sí mismas en patológicas.
Este modo de ver las cosas modifica sustancialmente lo que podemos preguntarnos (y por tanto el modo en el que podemos responder) ante las manifestaciones del sufrimiento psíquico. La pregunta que promueve la corriente hegemónica en las últimas décadas es: ¿de qué alteración del sistema nervioso –de que avería– son síntomas estas manifestaciones? La propuesta de la DCP propone en su lugar cuatro preguntas. 1) ¿Qué te ha pasado? (ahora y antes), 2) ¿Cómo te afectó?, 3) ¿Qué significado le diste? y 4) ¿Qué tuviste que hacer para sobrevivir? A estas preguntas se añadirían otras dos. 5) ¿Cuáles son tus fortalezas, con qué recursos cuentas? Y 6) ¿Cuál es tu historia? (¿cómo podemos entender esto en tu biografía?). Lo que hoy vemos –según este modo de mirar las cosas– son manifestaciones directas del daño, respuestas que quizás en algún momento fueron las mejores posibles, pero hoy son problemáticas, atribución de significados que también pueden ser problemáticos, incapacidad de conectar con los recursos propios y del entorno y formas problemáticas de contarnos nuestra propia historia (que nos colocan por ejemplo en la posición de víctimas pasivas y no de personas que han sido capaces de sobrevivir).
(...) Hay una interesada confusión que conviene aclarar. Así como lo anterior no supone negar la importancia de la biología, sino utilizar la biología de un modo diferente, convirtiéndola en un instrumento para entender los problemas y hacer a los que los sufren capaces de actuar sobre ellos, tampoco significa negar la utilidad de los psicofármacos. Aunque hay muchas personas con malas experiencias con ellos, hay muchísima gente que encuentra que les han sido de gran ayuda. Hay mucha investigación que, aunque sin llegar a los excesos de optimismo que ha financiado la industria farmacéutica, demuestra que ha sido así. Lo que se discute no es eso. Sino que para explicarnos por qué han sido útiles cuando lo han sido necesitamos una teoría sobre su funcionamiento diferente de la que venimos usando. Y hay propuestas muy interesantes al respecto.
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