Gerardo Tecé 6/06/2023
Las grandes cadenas han tocado la corneta y han hecho lo nunca visto: usar espacios de entretenimiento para condicionar el voto. El tradicional disimulo ha muerto. Se llama trumpismo y viene fuerte
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Así opera la derecha televisiva - Ctxt.es
(...) Igual ya no lo recuerdan, pero antiguamente la política televisada era un asunto de los informativos y no de los programas de entretenimiento. Es decir, para acercarse a la política, Mahoma tenía que subir a la montaña, ajustar la antena para ver el informativo y poner a trabajar las neuronas para entender qué cojones es una prima de riesgo, cómo se actualizan las pensiones o quién es el ministro de x cosa. Eso era antes de que Mahoma quedase sepultado por la montaña que decidió ir hasta él. El viaje ha sido progresivo. En la última década, a medida que el brazo político de la derecha iba perdiendo capacidad –derrotado en lo económico tras el colapso financiero de 2008 y en lo emocional con ETA desaparecida–, su brazo televisivo iba ganando músculo hasta llegar a la actual vigorexia. Bertín, sentado en el sofá de casa haciendo desfilar en prime time regado con vinitos a políticos y artistas de su cuerda, no era más que el pistoletazo de salida de lo que sería el gran despelote: poner el entretenimiento de canales generalistas al servicio de una ideología de derechas incapaz de ganar una discusión en el terreno político desde la consolidación de internet y, por tanto, la sencilla comprobación de datos.
El otro día escuchaba a alguien explicar por qué la izquierda estaba destrozando el país. Los argumentos, aunque falsos, eran sólidos: están gobernando con ETA, han llenado las calles de violadores, se gastan el dinero público en putas y cocaína y, si te despistas, te meten a un okupa en tu casa, por no hablar de Sánchez y su avión Falcon que le hemos comprado entre todos. Cuando los datos medibles no le importan a una parte importante de la población, es absurdo confrontar esto poniendo sobre la mesa datos reales como el del mejor momento de empleo histórico, la mayor subida del salario mínimo conocida, los numerosos derechos adquiridos o la bajada de la inflación. También es absurdo rebatir los argumentos sólidos elegidos a la carta poniéndose a recordar que ETA no existe, que a los violadores los liberan –o no– los jueces o que la okupación no es un problema real en España por mucha pasta que suelte Securitas Direct. Cuando lo que importa es el ambiente, la realidad y la política sobran. Hablemos de la tele.
La capacidad de generación de ambiente que tiene el brazo televisivo de la derecha es directamente proporcional a la incapacidad del brazo político para mantener un discurso sostenido en datos. El resultado es bestial. Lo que eran programas de entretenimiento genérico se han convertido en rescate del brazo político, en mítines a gran escala mediática protagonizados por quienes hasta hace poco eran personajes de la tele y ahora son los líderes de la nueva derecha española de aroma trumpista. Frank de la Jungla, el tipo con gorra y zapatillas Crocs que paseaba por las selvas de Tailandia, es hoy un analista político de Antena 3 que, de la mano de la ultraderechista y fundadora de Vox Cristina Seguí, hace entretenimiento a la vez que informa a la millonaria audiencia de El Hormiguero: “La gente tiene miedo, nos obligan a ser veganos, nos obligan a ser feministas, no se puede hablar de nada por culpa de la izquierda. Hay una panda de imbéciles metiéndose con todo lo que significa España. Yo soy español y me gusta mi bandera”. Ana Rosa Quintana, desde las mañanas de Telecinco que ahora también serán tardes tras el cese de Jorge Javier Vázquez por hablar de política en un programa que era de entretenimiento, daba la pasada semana un speech editorial explicando los peligros de Sánchez, al que calificaba de irresponsable, antes de dar paso a Feijóo y coincidir con él en que este país no puede seguir así y que necesita un cambio urgente. Miguel Lago, humorista y colaborador de Pablo Motos, se mofaba durante la campaña electoral de una candidata sorda y lesbiana de Podemos en Valencia. Lo que de haber sido una candidata de PP o Vox le hubiese costado el despido fulminante de la cadena, se convirtió para Lago en un trampolín de promoción interna. Así funciona. He trabajado en algunas grandes teles y sé de lo que hablo. Tras las críticas recibidas, Lago dejó de hacer humor en El Hormiguero para ser ascendido a crítico político en hora de máxima audiencia y señalar que la izquierda que lo criticaba por la mofa a la candidata morada –“lesbiana y bollera, qué será lo siguiente, ¿qué presuman de tener de candidato a un cojo?”– lleva cuatro años intentando cancelar a gente tan libre como él. Una de las claves del trumpismo televisivo es llamar censura a la crítica recibida y advertir de las graves políticas de cancelación desde las sillas de las cadenas más poderosas del país en la que algunos están vetados por motivos ideológicos. Otro sello de la casa trumpista es conjurar la denuncia de “ya no se puede hablar” al tiempo que se ignoran graves condenas judiciales que atacan la libertad de expresión (...)
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