La vida tiene giros de guion que provocan cambios insospechados. Eso le pasó a Encarni Gómez en 2017. Ella iba a ser veterinaria, para eso estaba estudiando. Pero acabó haciéndose cargo de la ganadería de cabras de su familia con solo 25 años.
Su vida está en Molvízar, una pequeña población de la Costa Tropical de Granada, en la que se levanta cada día a las siete de la mañana. Desayuna y se va a ocupar de sus más de 300 animales de raza granadina: “Vivo todo el día pendiente de las cabras”, explica esta joven ganadera asociada a Caprigran. Comparte casa sencilla con su madre, con la que se trasladó hace tiempo a la granja para vivir allí. “Si algún animal tiene cualquier problema yo puedo enterarme al momento porque los puedo ver todo el rato”. Y aunque admite que su trabajo le permite organizarse con cierta facilidad, siente que es una vida sacrificada en la que conciliar no es fácil. “Yo puedo acabar mi jornada teórica a las 12 de la mañana, pero pasa cualquier cosa y tienes que estar pendiente”.
A la nave principal de la granja se entra por un espacio donde se prepara el heno y donde están los animales agrupados. Allí Encarni habla por primera vez de su padre, que era el anterior dueño de la explotación. Cuando enfermó de cáncer, estuvieron a punto de vender. Pero no podían alejarlo de sus animales, así que la familia se empeñó en mantenerlo en la granja: “Él vivía por y para sus cabras y se sentía más a gusto aquí”, dice su hija con orgullo.
“Los dos primeros años en los que estuvo con la quimio se sentía muy fuerte y seguía trabajando cada día”, cuenta ella. Pero desde el principio supieron que el pronóstico de la enfermedad era tan grave que las posibilidades de superarla eran muy bajas. Así que, tras años viendo a su abuelo y a su padre encargarse de la explotación, Encarni decidió involucrarse más y fue tomando poco a poco las riendas del negocio. Por entonces, cursaba estudios de veterinaria en Córdoba, pero admite que todo cuanto había aprendido sobre los animales siempre fue más profundo trabajando con ellos que leyéndolo en los libros de la universidad.
Cuando su padre falleció, Encarni Gómez decidió continuar su legado. A sus 25 años dejó “la carrera porque sentía que no estaba aprendiendo lo que yo buscaba y porque mi cabeza pasaba más tiempo pensando en la granja que en estar tan lejos de mi familia. El cuerpo me pedía estar aquí”. Y así fue cómo un negocio que estaba abocado a la venta acabó en sus manos. Y de él ha conseguido vivir en el último lustro sorteando incluso la pandemia de la Covid-19.
(...) Para ella, mujer y joven, el camino recorrido estos años no ha sido sencillo. Hay “muchos prejuicios” en el sector, explica. “He aprendido mucho y no siento que sea menos que nadie, pero es verdad que a veces sientes que algunos hombres te miran por encima del hombro”, se queja. Otros, por el contrario, muestran una actitud de la que Gómez huye. “Hay muchos ganaderos que están solteros y que en cuanto ven a una mujer sienten la necesidad de intentar que les hagas caso” (...)
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