martes, 8 de agosto de 2023

De la virago a la feminazi: siglo y medio de antifeminismo. Por Javier Ugarte Pérez

 Reacción patriarcal   Por Javier Ugarte Pérez   6/12/2022

A lo largo de la historia, los movimientos misóginos han empleado diferentes términos y estrategias para ridiculizar a las mujeres que pedían el reconocimiento de sus derechos

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Así trataba de ridiculizar la propaganda misógina a las sufragistas.

El movimiento sufragista y sus oponentes

En Occidente, el problema femenino se planteó en la segunda mitad del siglo XIX, cuando un porcentaje significativo de mujeres de clase media y alta comenzó a reclamar derechos políticos que se reconocían a los varones. Se trataba del movimiento sufragista y sus integrantes exigían la posibilidad de votar cuando los varones podían hacerlo, en la convicción de que este derecho abría la puerta a muchos otros: al poder votar, las mujeres serían escuchadas por los representantes democráticos de la nación. La exigencia de derechos políticos iba de la mano del incremento de la educación, tanto de varones como de mujeres, pero especialmente de estas últimas, pese a los tradicionales obstáculos para ser admitidas en las facultades universitarias; tal es la reclamación central de Virginia Woolf en su opúsculo Tres guineas.

El movimiento sufragista estaba relacionado con los internados laicos para muchachas, que fueron las primeras instituciones donde las jóvenes de familias adineradas adquirían estudios cualificados lejos de sus hogares. Los conservadores atacaron tales instituciones con el argumento de que los internados eran lugares donde algunas profesoras masculinizadas, a las que denominaban “viragos” (o varonas), apartaban a sus alumnas del camino recto; esto es, del matrimonio y la maternidad. Los misóginos sospechaban que las docentes que se dedicaban a la docencia podían ser pervertidas para rodearse de jóvenes que siguieran sus preferencias. Las obras de Sigmund Freud ayudaban a desconfiar de los motivos de una mujer que no pretendiera ser una buena esposa y madre. Desde luego, las enseñantes debían estar solteras y carecer de descendencia para consagrarse a su tarea; sin embargo, para quienes se oponían a tales novedades, ello constituía motivo para una nueva crítica: no alumbraban niños que engrandecieran la patria. En contrapartida, defendían la continuidad de las instituciones caritativas dependientes de alguna iglesia y pensadas para huérfanos. A los conservadores también les preocupaba que entre las jóvenes surgieran pasiones inconvenientes. Su base eran los comentarios de admiración que las discípulas expresaban por sus maestras y los arrebatos (raves) de amor que se profesaban entre sí.

El periodo de la moral victoriana se caracterizó por el crecimiento de los mercados, una renovada expansión imperial y el surgimiento de grandes fábricas y bancos. En tal contexto, los internados proporcionaban a las jóvenes una formación que les resultaba necesaria para contraer un buen matrimonio, puesto que todo hombre de éxito necesitaba que su esposa tuviera una mentalidad cosmopolita, además de servirle de consejera sobre ciertos asuntos. Para aprovechar las dinámicas industrialistas e imperialistas eran precisos dirigentes lúcidos y mujeres con una visión realista de su tiempo. A las solteras, su formación les ayudaba a administrar su patrimonio; si las circunstancias las obligaban a buscar un empleo, la educación de calidad les abría las puertas del trabajo asalariado. Pese a las críticas misóginas, todo coadyuvaba para que los progenitores desembolsaran un buen dinero con el fin de que sus hijas se formaran en instituciones de calidad, al igual que hacían sus hermanos. Para costear tantos dispendios, las parejas redujeron su descendencia.

En el mundo del arte, la misoginia se reflejó en la renovación del mito de Pandora, a quien se puede considerar la primera femme fatale de la historia, así como por la aparición de la vampiresa; la primera abocaba a la desesperación y ruina a los varones que la rodeaban, mientras la segunda los agotaba. En opinión de los conservadores, tales mujeres actuaban por capricho y resentimiento. También sospechaban que estas mujeres mantenían relaciones íntimas solo para contagiar la sífilis a sus amantes, en reciprocidad a lo que había sucedido durante siglos. Las bostonianas (1886) de Henry James, cuyas protagonistas son precisamente sufragistas, inicia un ciclo literario que concluye medio siglo después con el personaje de Lulú, protagonista de novelas y óperas, quien acepta propuestas homoeróticas como vía para el ascenso social.

El progreso femenino en el siglo XX

La ola misógina decayó con el estallido de la Primera Guerra Mundial y se hundió definitivamente con la Gran Depresión de 1929 y el posterior estallido de la Segunda Guerra Mundial. Los motivos son dos. El primero radica en que, merced a su contribución al desarrollo, muchos gobiernos concedieron el voto femenino durante el periodo de entreguerras; por ejemplo, España y Portugal lo autorizaron en 1931, mucho antes que Francia. El segundo motivo consiste en que resultaría absurdo calificar de “virago” a quien era animada por su gobierno a trabajar en siderurgias y astilleros para reemplazar a los obreros que iban al frente de batalla como soldados; si las mujeres no se empleaban en industrias pesadas, el país sería derrotado en breve plazo. Las guerras mundiales fueron enormes desgracias, pero a las mujeres les sirvieron para demostrarse a sí mismas, y al conjunto de la sociedad, la relevancia de sus tareas.

La última contienda mundial fue seguida por unas décadas de acelerado desarrollo económico que duraron hasta la década de 1970. En el periodo posbélico, los empleos abundaban y cualquiera dispuesto a trabajar era bienvenido por su contribución a la prosperidad colectiva. En coherencia con su importancia, la nueva generación de mujeres trabajadoras reclamó una ampliación de derechos, para lo que se integró en movimientos sindicales y feministas. Así, sus líderes exigieron la capacidad de dirigir su salud reproductiva y, por lo tanto, el acceso a métodos anticonceptivos, así como al aborto gratuito.

A lo largo del siglo XX, las mujeres han progresado de manera acelerada, tanto en su educación general como en capacitación laboral. Primero coparon las facultades de letras, luego de ciencias (lo que incluye Medicina) y actualmente son cada vez más frecuentes en los estudios técnicos. No obstante, desde 1970 los países capitalistas han experimentado periodos de expansión seguidos de crisis, acordes con un debilitamiento de su base industrial, un incremento de la economía financiera y, como aspecto positivo, un aumento en la esperanza de vida. En la actualidad, el progreso material más acelerado tiene lugar en los países que adquirieron en las últimas décadas una potente base industrial, como China y Corea del Sur (...)


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