sábado, 12 de agosto de 2023

El negacionismo comenzó con el 'Prestige', de Manuel Rivas

 Manuel Rivas   12 de noviembre de 2022 

En Galicia, en 2002, no hubo ninguna “marea negra”.

La del Prestige fue la mayor catástrofe de contaminación marítima de la historia de España y de Europa, y la más dañina, con el Exxon Valdez (Alaska), en los mares del planeta.

Pero, según la versión oficial, no hubo “marea negra”.

El buque monocasco, con bandera de Bahamas, salido de San Petersburgo el 30 de octubre, transportaba 77.033 toneladas de fuel Mazut M100, alias Chapapote, de la peor escoria de los combustibles fósiles. Gran parte de esa carga iba a emponzoñar, en sucesivos embates, el litoral de Galicia, playas, islas y acantilados del antiguo Fin del Mundo convertido en un yacimiento catastrófico.

Pero en Galicia, según el Gobierno central y la Xunta, no hubo “marea negra”.

El fuel Mazut 110, aka Bunker oil C, alias Chapapote, llegó a afectar, con diferente intensidad, a 2.780 kilómetros de costa. Con restos en dispersión durante al menos un año, la avanzadilla del vertido alcanzó Bretaña y puntos costeros del Atlántico Norte.

Pero, según los medios informativos públicos o afines al poder, no hubo “marea negra”.

Los funcionarios de la administración marítima, los competentes en salvamento y gestión portuaria, e incluso oceanógrafos e investigadores del medio marino en entidades oficiales, recibieron por escrito la orden de silencio.

No había “marea negra”.

El piloto del Pesca II, uno de los helicópteros del rescate, reportó desde el primer momento, desde el incidente inicial, con mucha precisión, una información que empezaría a mover los marcos de la realidad. En la transcripción de las cintas grabadas por la Torre de Control del Centro Marítimo de Finisterre, figura esta comunicación a las 19.41 horas del día 13 de noviembre: “Pesca II, procede a base. Nos pasa coordenadas de la contaminación (…) teniendo aproximadamente una longitud de 5,7 millas y un ancho de unos 300 metros”. El mayday, después de un primer SOS a las 15.15, se escucha a las 15.17. Lo que había en el mar, tres horas después, ya era algo más que una mancha. Pero esa noche, en el primer comunicado emitido desde la Delegación del Gobierno sobre el siniestro del petrolero, la palabra elegida fue esa. Se habla de una pequeña “mancha”, en una mención de pasada, imprecisa y minimalista. Fue el prefacio de la versión que tratarían de imponer los portavoces gubernamentales. No importaba que el chapapote, después de moverse, sigiloso, entre aguas, asomase ya hasta la puerta de las casas la Costa da Morte.

Pero la contaminación también entró en los despachos oficiales en esa forma de alternative facts (hechos alternativos, es decir, falsedades) que años después popularizó la estratega de Trump, Kellyane Conway. El Prestige anticipó muchas cosas. También el negacionismo ante la emergencia medioambiental. Y un estilo político hoy bastante galopante, el hipernarcisimo bravucón, que el sociólogo Richard Sennett define como “carisma incívico”. En el imperio de la mayoría absoluta de Aznar, la autocrítica sería un signo de fracaso. ¿Quién era la realidad para venir a desautorizarle? La jactancia se repetiría ante la guerra de Irak y los atentados del 11-M.

Supongo que a estas alturas ya les considero enterados de que en Galicia, en el 2002, no hubo una “marea negra”. Muxía, el llamado Kilómetro Cero, pasó de capital del infierno a ser una 'aldea Potemkin', uno de esos pueblos con fachadas coloristas, de cartón piedra, que le montaban a la emperatriz Catalina de Rusia, con gente vestida de traje regional danzando feliz.

José Luis López-Sors, director general de la Marina Mercante: “No se puede hablar de marea negra; son manchas negras y dispersas”. O Mariano Rajoy: “Afecta a una parte importante de A Coruña, pero no es una marea negra”. Jaime Pita, portavoz de la Xunta, declaró en el Parlamento que la única “marea negra” era la oposición. Y Federico Trillo, ministro de Defensa, descartada como “solución” bombardear el buque por el Ejército del Aire, se sumó al armamento de distracción masiva, lanzando desde un helicóptero una fake news edénica que tuvo mucho repique de campanas navideñas: “Las playas están limpias y esplendorosas, la visión es magnífica”.

No hubo, no podía haber, “marea negra”. Negado este principio de realidad, lo que se emite es desinformación y una escalada de declaraciones de los portavoces gubernamentales que hoy se prestan a una antología que bien podría llevar la firma del Movimiento Pánico, de Roland Topor, y su estilo de “humor tumefacto”. Hay algunas que ya son patrimonio nacional, como el haiku de Mariano Rajoy cuando declaró que del buque hundido solo salían “unos pequeños hilitos como de plastilina”. Pero entre mis preferidas, hay una de Arsenio Fernández de Mesa, delegado del Gobierno en Galicia, que merece sobrevivir con el rango de aforismo: “Hay una cifra que está clara y es que la cantidad que se ha vertido no se sabe”.

Un analista político brasileño, Marcos Nobre, acuñó el la denominación de “política de Atordoamento” (Aturdimiento) para definir lo que caracterizó la pasada campaña electoral. Un incesante bombardeo de fake news, videos montados y otros medios de propaganda basados en el engaño cuyo objetivo en principio sería convencer a los indecisos. Al final, más que indecisa, había mucha gente aturdida. En estado de estupor. Esa estrategia ya se ensayó en España con motivo de la catástrofe del Prestige. Fue laboratorio anticipatorio de muchas cosas. También de la política de Aturdimiento, una vez que en la población había cundido la desconfianza. Se negaba la mayor: lo que los propios ojos veían. Como en un verso de Manuel Antonio, el poeta gallego navegante, mirabas al mar y el horizonte estaba “enfermo”. Gravemente enfermo. Pero, además, se afirmaba, sin margen a la duda, que la decisión de alejar el buque era la única viable. “Lo volveríamos a hacer”, repetían los responsables una y otra vez (...)



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